Ayer, después de un fin de semana post-boda, en el que reconozco haber abusado del vino blanco, sabía que tenía una cita ineludible con Julieta. Eran muchas las ganas e incluso impaciencia de adentrarme de nuevo en una trama del ilustre paisano manchego. Las referencias que llegaban son que volvía a apostar por una historia de mujeres, con drama, desgarro y ranchera apasionada de la Vargas. El aliciente de ese trio de ases en forma de damas de la interpretación, Emma Suárez, Adriana Ugarte e Inma Cuesta, auguraban una velada perfecta para entregarme en cuerpo y alma a los vaivenes de la misteriosa Julieta. Confieso que interiormente me resistía a desbancar a Manuela de mi ranking personal de grandes interpretaciones femeninas en la historia del cine. A Manuela le acompañaba todo, era caballo ganador, una historia arrebatadora, unas referencias cinematográficas a las que soy afín y una sobrenatural Cecilia Roth que derrocha credibilidad, cercanía y talento.
Me fui adentrando en Julieta con nervios, con sigilo esperando el momento en que me pellizcara el corazón, esperando el momento que erizara la piel y no llegaba. La historia de Julieta se iba desgranando, en momentos algo agónicos e incoherentes y no encontraba el hilo conductor hacia mis vísceras, hacia mis sentidos. No lograba, no logre, enamorarme de Julieta, ni siquiera cogerle cariño. No conozco a Julieta. Me pregunto si el desdoblamiento del personaje en Emma Suárez y la Ugarte me hizo perderme, me hizo no aferrarme a la historia. Ellas están grandiosas, en el caso de Adriana Ugarte cabalga sin montura, cual amazona, en un guion lleno de goteras de manera magistral. El halo de misterio que pretendía encumbrar la trama, aderezado con maestría por la música instrumental de Alberto Iglesias, no llegaba nunca. A posteriori, mejor quedarnos en la espera. El misterio se quedó en agua de borrajas. Las incógnitas de Julieta se quedan endebles, carentes de emoción y de verosimilitud. Por momentos la película me hace odiar al actor Darío Grandinetti, que se vuelve pasteloso en un afán de recitar frases impostadas propias de novelas rosas, me resulto chirriante, por sin fuste. Algo que admiré en otras películas de Almodóvar, como es el caso de “La flor de mi secreto”, en esta película quedaba sobreactuado.
Había leído que Almodóvar siempre ha admirado a Ava Gardner, supongo que de ahí bautizar el personaje de Inma Cuesta como Ava. ¡Queridos míos!, más de lo mismo, desaprovechamiento absoluto de esta impresionante actriz. ¡No todo vale!. No por salir en un film de Almodóvar acepto este papel sin gracia y sin profundidad, no merece la pena, no lo necesitas.
Siento enormemente este mal sabor de boca que me dejas Julieta, pero no me miento, no sería justo, al César lo que es del César y el precio de las entradas de cine no están para tonterías. No cierro mis puertas y se que volveré a entusiasmarme con otra historia de Almodóvar. Nos veremos en la próxima, adiós Julieta, me hubiera gustado admirarte.